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 ¡Yo era ella!  *ella- yo- nosotras*


El camino hacia las bardas era estrecho. Pasado el mediodía, cuando el sol brillaba sobre nuestros cuerpos, nos daba su calidez y salíamos a disfrutarlo.  Ella caminaba a mi lado, pero no me tomaba de las manos. Me tenía tanta confianza que estaba segura de que no me pasaría nada.


Mientras tanto yo, menuda y chiquitita, pensaba: ¿qué me traería este camino?, ¿hacia dónde estábamos yendo?, ¿habría algún animal que nos asustara o que nos lastimara?

Necesitaba una protección, creía que su mano era eso. Pero ella no se dio cuenta y me dejó sola con mi propia intuición.


El sol cálido calentaba mi cuerpito en un invierno crudo y gélido. Ella a mi lado contaba historias de otras mujeres, siempre descalificándolas, naturalizando eso de que nosotras éramos malas y chismosas, que nunca nos vamos a llevar bien porque, además, éramos envidiosas.


A mi no me importaba lo que ella decía: la mandarina que estaba comiendo era dulce y el sol me acariciaba cálidamente.

Volvíamos mientras el sol se escondía en la barda. Todo comenzaba a enfriarse. Ella me tomó de la mano y fuimos juntas caminando hacia la casa. Un mate cocido con pan y dulce de manzana me esperaba para la merienda.


Se murió, partió, se hizo polvo y lo esparcí por los aires.


Mientras se moría iba por caminos que no vi, pero la acompañé, no me importaba nada, solo que ella sintiera que no estaba sola, que yo no me iba a colgar, sino ir a su lado.

Nada pasaría. La vele tranquila, amablemente. Estaba disponible: a su disposición, sin pedir, sin exigir, sin más nada que estar a su lado para lo que ella quisiera.

Recuerdo cuando nací y su cuerpo estuvo dispuesto para mí, todo su ser se transformó por mí. Rememorar hechos mágicos con ella y sentirlos como milagrosos, ¿a quien se le ocurre hacer esta transpolación de sucesos?

Ella haciendo el “remember” de su vida y yo haciendo el mío. En algún punto nos juntamos.


¿Será así cuando yo parta? 


Con los años me fui dando cuenta que yo era ella. Ella, la que no me tomaba de la mano cuando íbamos a las bardas. Me sentía en sus propios personajes, como si estuviera caminando desde sus zapatos. Como pisando las huellas que iba dejando. Los budistas le llaman la “budeidad”.

No sé cómo sucede, pero varias veces al día siento que soy ella.

En la cocina hago las mismas comidas que ella. Pienso sobre algunas personas igual que ella: que algunas son malas y chismosas, que nunca nos vamos a llevar bien entre nosotras porque somos envidiosas.

No me desagrada, pero tampoco entiendo qué y por qué pasa.

Mi intuición me dice cosas y yo no las descubro totalmente, conscientemente, me sucede y en mi estado de vigilia se transforma o reaparece.

Ella, mi mamá se parece mucho a mi. Yo, a ella, mi hija, a ella y a mí. Un enredo que no entiendo.

Tendría que jugarme un poco más y perder el miedo. Tal vez, las ancestras me están enviando señales.


Cierro los ojos como cayendo en un profundo ensueño, voy caminando por un sendero hacia un lugar desconocido y me encuentro con un corredor de mujeres dándome la bienvenida. La Bien Venida, me decían. Entre las mujeres, estaba Ella, sonriente y alegre. Las ancestras, las amigas, las danzarinas, las mujeres del universo que me vienen a buscar para mi partida terrenal. 


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