MICROFICCIONES DE MUJERES 


Ellas son víctimas.

Ellas se corren del lugar.

Ellas se corrieron del lugar habitual y dejaron de victimizarse.



¿Cómo cambiaría el mundo si ellas dejaran de hacer sus vidas habituales y desde ese nuevo lugar produjeran cambios inexplicables?

Las mujeres pondrán sus nuevas emociones en todo lo que hagan, experimentarán una riqueza de sentimientos y de vida interior que será muy satisfactoria para la experiencia de todas. No es una catástrofe modificar sentimientos, es poner luz sobre la oscuridad de esas conciencias obnubiladas por permanentes emociones negativas.

Empezará un tiempo de equilibrio emocional, mental, físico y psicológico.

Comenzarán a participar en actividades o en grupos para despertar las conciencias:  

por estas revelaciones y cambios, incomodamos, molestamos en el mundo patriarcal de la esclavitud, nosotras queremos dejar de ser las victimas. ¡Qué osadía!


Estas microficciones son una selección de relatos de mujeres, leídos y escuchados a lo largo de mi vida.


Microficción I - Esa obra de arte

 

Martita vivía con su esposo y tres hijos. Tenía todo en orden: su casa, la educación de los hijos, la atención a su esposo en todas sus dimensiones. Él podía llevar adelante su empresa y sus intenciones políticas sin ningún inconveniente, porque Martita le acomodaba toda la vida sin ninguna resistencia.

Tenía una amiga que se llamaba Lucila, su amistad no era tan profunda, pero tenía la posibilidad de encontrarse con ella y distraerse. Un día, Lucila la invitó a pasar la tarde en una exposición de pinturas, y luego ir a tomar el té; como hacían las señoras en esos momentos en que los hijos y el marido estarían ocupados hasta la hora de la cena, y ellas podían tomarse un rato para distraerse.

Entró, no muy convencida, a la sala donde estaban los cuadros de Vincent Van Gogh, paseó, miró con detalle los destellos de luz que había en sus colores, la fuerza que transmitían sus historias, pudo trasladarse a campos de trigo amarillo, subió por los azules de sus cielos, descubrió los caminos andados por él. Los colores la impactaron, quedó extasiada, no podía con su emoción, se desbordaba, hasta que se paró frente a un cuadro que era su sueño, su sueño, sí, el que había tenido anoche. Leyó el título en la indicación que estaba por debajo: Los Girasoles. Caminaba por las pinceladas, tanto como podía, se alejaba cambiando de paisajes gracias a esos colores y a como trazaba el autor, su obra. La fantasía la hacía viajar por campos muy alegres y enigmáticos que no tenían final, donde se veía la línea del infinito juntando los girasoles con el cielo. Era un deleite pasear por allí. 

Sentía que se elevaba del piso, volaba y aterrizaba de golpe varias veces, no entendía que le pasaba pero tampoco podía salir, percibía un gusto a poco, quería más y más.

De repente sintió un tirón, y volvió a la sala. Su amiga Lucila, la estaba tomando del brazo, porque ya era tarde y cerraban pronto.

Llegó a su casa y mientras estaba preparando la cena, se dio cuenta que ya no era la misma, abría la heladera y algo raro le pasaba, ponía la carne en la mesada y no podía cortarla porque su mente la interrumpía, se le acercaba su hija abrazarla y no sentía lo mismo, su esposo la abrazaba y percibía rechazo. Los atendía a todos, pero no estando presente, se había corrido de un lugar al que no podía volver de la misma manera. Veía como a través de un vidrio a sus hijos contándole hazañas, a su esposo relatarle su día y solo escuchaba un ruido lejano de cosas que no entendía; ya nada era igual que antes.

Se preguntó qué había pasado que cuando se corrió del lugar habitual de estar en su mundo, todo se modificó. Tal vez fue Van Gogh, los colores, la luz de la pintura. No, se había dado un tiempo para disfrutar por primera vez de ella misma y decidió comenzar a vivir expresando lo que sentía a través de un lienzo.

 

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Microficción II - Las puertas

 

-Me duele, no me pegues más- le dijo Rita a Eduardo, pero él como si no escuchara nada, casi como si fuera un placer, descargaba toda su fuerza sobre ella. Así era casi siempre, se quedaba dormida del agotamiento, del dolor, del sinsentido que le producía esta vida.

Al día siguiente, cuando se despertaron y él la intentó besar, ella tenía el labio con sangre, la abrazó y se quejó del dolor, le vio los moretones, le pidió disculpas, lloró, le prometió que nunca más lo haría. Ella le creía, lo perdonaba sabiendo que no era verdad, pero se sentía tan débil que no podía pensar, no se imaginaba cómo sería salir de allí.

Un día, escuchó el timbre y apareció Delia, la vecina, a pedirle una camisa prestada. 

Cuando vio su rostro, se imaginó lo sucedido, agachó la cabeza y le dijo rápidamente, casi tartamudeando: -Tenes que salir de acá, es difícil, pero tenes que hacerlo, nadie te puede ayudar si vos no queres. La vecina se fue, cerró la puerta y ella escuchó el sonido de las bisagras oxidadas al cerrarse. En ese momento, vio la puerta por primera vez. Hay una puerta, se dijo. Hay puertas por donde las personas entran. Entran para vivir vidas, momentos, instantes o años y salen de situaciones: de esas vidas, momentos, instantes o años, también por puertas. Las vidas cambian gracias a las puertas, se repetía.

Se vistió, tomó su cartera, vio la puerta nuevamente, la abrió, todo sucedía como si fuera en cámara lenta, al abrirla vio el sol, el barrio, el sonido del canto de los pájaros, el olor a pasto mojado, salió a la vida, la vida nueva, caminó horas por aquellas calles de tierra. Así se fue, ella sola, caminando.

 

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Microficción III - Verdadera decisión

 

Estela en su escritorio, todas las mañanas no podía soportar su ansiedad, su disgusto, su culpa, los temores que tenía cada vez que el Sr. Richmond la llamaba a su despacho para darle el trabajo del día. Para que le diera el trabajo, ella le había dicho que sabía manejar los programas informáticos pedidos pero, en realidad, no tenía ni idea. Pero necesitaba ese trabajo a costa de cualquier cosa: en su casa no había ya ni qué comer.

Asustada, acudía al llamado y se sentaba con un anotador del otro lado del escritorio donde su jefe la observaba detallada e insistentemente, se paraba y caminaba a su alrededor, tratando de descubrir qué hacía esa mujer “tan linda pero tan estúpida” en su empresa.

Dada la situación, él se aprovechaba de su poder y le pedía cosas insólitas, como abrir una valija llena de dinero y hacérselo contar billete por billete; o traerle una hoja de Excel con un tema desconocido por ella y pedirle que la complete, envolver regalos y ponerles moños enormes para enviarle a sus amantes, contar cuántos frascos de perfume importado tenía en sus cajones. Ella se volvía loca tratando de que todo le saliera bien, a costa de la risa y degradación de sus compañeras y compañeros de trabajo.

Era tal la necesidad que tenía de ese dinerillo a fin de mes, que aprendió cosas que había rechazado toda su vida, por ejemplo, todo el sistema de programas informáticos propios de un ingeniero en sistemas.

Al cabo de un año, estaba manejando el diseño de esos programas y además terminó suplantando a la secretaria del jefe cuando ella se iba de vacaciones.

El jefe ya la miraba con otros ojos, aunque no había dejado de degradarla, gritarle, maltratarla y hasta, a veces, hacerle propuestas deshonestas: solo para verla aferrarse como un águila a su presa para poder sostener ese trabajo.

Un día de mucha tensión, ella le pidió por primera vez salir un rato antes, su hija tenía un tratamiento médico complejo y ella tenía que acompañarla; él le dijo que no a los gritos. Entonces, ella se dio vuelta, fue hasta su oficina, tomó su abrigo, su cartera y fue caminando hasta la salida donde estaba el ascensor. Ese recorrido lo hizo en un estado muy especial, como mirándose desde arriba, segura, firme, atenta. No volvió la cabeza para mirar hacia atrás, casi segura de que un batallón de seres muy violentos venía por ella.

Una compañera muy asustada se le acercó corriendo al ascensor. 

-Estela, volve, el jefe me mandó a buscarte porque si no volves conmigo te va a echar. 

-Mabel, decile que ya me fui, que no me encontraste.

Estela, segura y valiente, vio la puerta del ascensor abrirse y entró, tocó el botón de planta baja, la puerta se cerró y un chorro de adrenalina le corrió por todo el cuerpo.

En ese momento, se dio cuenta que podía cambiar la dirección de los acontecimientos de su vida, solo con correrse del lugar del temor.

Al día siguiente cuando volvió al trabajo, el señor Richmond, no solo no la despidió sino que comenzó a respetarla, nunca más a degradarla.

 

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Microficción IV - El fuego abrasador

 

¡Me pregunto por qué solamente voy a trabajar en yeso y no me animó a otro material!

Todos los días en el taller, Elba trabajaba sus piezas en materiales simples, inventaba, copiaba. También se animó a la arcilla, el caolín, mezclo con cuarzo y alguna que otra vez, probó el cemento. Hacía sus moldes con goma, con envase reciclados, luego los rellenaba, dejaba secar, cocinaba en horno eléctrico, desmoldaba, bruñía, pintaba, los acomodaba en la repisa.

Una rutina que llevaba años. Luego alguien venía a visitarla, y si le gustaba alguna pieza, Elba se las regalaba.

Ella sentía que le hacía falta algo más, la rutina la aburría. Le temía al fuego, creía que al cocinar las piezas algo le pasaría, tal vez un miedo a la vida misma: el fuego era la vida. En fin, no se decidía a lanzarse a una aventura nueva.  

Le tenía respeto al fuego, alguna vez había trabajado con él y creyó que se volvía loca. 

Se alteraba, gritaba, se movía alteradamente, soltaba todos sus instintos y salía de ese lugar tan acotado, tan calmo, manejable, previsible en el que vivía. 

Nunca más se animó, el temor a la locura no la impulsaba a jugarse, como en todas las situaciones de su vida. 

Cuando pensaba en esta posibilidad se le tensaba el cuerpo, los hombros le dolían, dejaba de respirar.

Pero algo diferente había pasado porque se lo preguntó: ya dio el primer paso, solo la pregunta la ubicaba en la posibilidad de hacer algo distinto, de correrse del lugar habitual. Esta actitud le daba fuerza, ansiedad, temor, tal vez algo de angustia, un sin fin de sensaciones que ya conocía. 

Entonces, se dijo, tiene que ser ahora. Se levantó de donde estaba, fue a buscar leña, preparó el lugar para hacer la primera llamita y a partir de allí, se aceleró todo; sumo las ramas, hojas, yuyos. Cuando vio la chispa prender, agregó los troncos. De a poco, vio las llamas crecer, comenzaron a aparecer las primeras brasas, esas que le permitirían avivar y conservar su fuego. Ella se sumergió, se bañó con él en ese sueño borracho y caliente, se encontró con su ser: candente, explosivo, transformador, transmutador.

Cuando todo tomó temperatura, hizo un lugar limpiando de brasas el piso, velozmente separó sus piezas ya secas, y comenzó a acercarlas a ese lugar, para cocinarlas. Veía cómo se iban poniendo rojas, incandescentes, transparentes, las veía transformarse.

Así salió esculpiendo y cocinando sus mejores piezas.

 

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Microficción V - No pases más facturas

 

Como hacía muchos años, se levantaba muy temprano, casi a regañadientes, sobre todo en invierno, odiaba el invierno; mientras calentaba el agua para el desayuno, miraba de reojo la habitación de las niñas, iba hacia allí, las arropaba, las miraba con mucho amor como a dos perlitas brillantes. No la estaban pasando bien, tenía que hacer un esfuerzo de voluntad grande para seguir adelante, había postergado proyectos, renunciado a lo que más le gustaba. Todo esto le aparecía en su cabeza cuando miraba a las niñas y se daba cuenta que otra vez tenía que dejarlas solas porque sino a fin de mes no se podría pagar el alquiler o no tendrían luz, o tal vez que comer.

Se le hacía tarde y quería llegar temprano para poder cobrar horas extras, tal vez eso le alcanzaría para comprarles algo que les gustara. Así que se dejó de divagar, como se decía siempre y apuro el paso para terminar todo a tiempo. Eso significaba no olvidarse de sacar la comida del freezer para que, al mediodía, las hijas tuvieran que comer antes de ir al colegio.

Rezongando y protestando, se abrigó bien y salió. Claro, no sin antes quejarse de alguien que había tenido la irresponsabilidad de abandonar el proyecto y dejárselo todo a ella. Bueno, ¿un proyecto? ¿Una compulsión? ¿La naturalización de un modelo que ya no iba más? Se preguntaba, mientras caminaba muerta de frío hacia la parada del 60.

Esa mañana, rumbo a su trabajo en el colectivo abarrotado de gente iba pensando cómo hacer para liberarse de ese dolor profundo. Pensó, buscó, indagó en ella, hizo una pequeña meditación; porque sí, también había aprendido a meditar o a pedir en el medio de los apretujones del colectivo, se corrió hasta el final, encontró un asiento, allí todo era más fácil, cerró sus ojos y siguió en su búsqueda (eso que hacía con sus pensamientos, en sus íntimos diálogos, un recorrido por situaciones, sensaciones y caras). 

¿Cómo superar esta situación que le llevaba ya varios años? Allí, entre el tumulto y el bullicio, de repente se le abrió el espacio interno y se preguntó: ¿y si dejo de pasar facturas? ¿y si dejo de reclamar? Fue revelador: una gran alegría, una hermosa sonrisa en su silencio, así fue como sintió una tremenda liberación. Ella se haría cargo de todo. Todo es todo, las cuentas, las cargas (esas que sentía en sus espaldas y que nunca podía aflojar), los compromisos, su cabeza, su corazón, la contención a las niñas, sin victimizarse, tomando las riendas de toda su vida como una revolucionaria que era, no sabía exactamente cómo, pero sí sentía que algo grande y revelador le había sucedido. 

En realidad, lo había provocado porque durante años había tocado ese lugar, y lo iba amasando Las imágenes de nuevas formas de estar en la vida diaria le sucedían una tras otras sin parar, el cuerpo se le iba aflojando y ya no sentía frío, el pecho se le expandía, los ojos se le llenaban de lágrimas de alegría, una emoción inmensa la invadía. Una gran liberación que le permitiría hacer lo que quisiera sin tener culpas, sin temor al fracaso, todo desde ella. 

Después de un largo día de trabajo, al regresar a su casa, se sentó, cómoda, sin sus murmuraciones internas ni los bullicios de la ciudad y agradeció profundamente

Hoy todavía, después de varias décadas, vuelve a sentir el temblor del cuerpo que se le produjo en esos momentos.  


Comentarios

  1. Maravillosa tu mirada Esther ,abriendo nuevas miradas.
    gracias por compartirla .
    Fabiana Maler

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  2. que buenas las microficciones, Esther!! son como modelos de diferentes situaciones cotidianas, en las que una puede verse, y sentir como algo posible el correrse de lugar. Entonces de sólo visualizarse en la propia situación, y corriendose de ella, se abre el futuro.

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  3. Hermoso relato !!! Queda clarísimo el gran amor y la dedicación que brindás a los dos amores mas importantes de tu vida. Muchas gracias !!!

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