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¿Dónde me quebré? ¿Quién me rompió?

Una va creciendo y va aprendiendo con todo lo que toca al cuerpo. 

Imágenes, gustos, sonidos, caricias, la falta de ellas, emociones, los miedos de la noche, las pesadillas, los juegos de las niñas, lo que te van diciendo que está mal y que está bien.

Los modelos de vida que eligieron nuestros padres o mejor dicho, el estilo de vida de la familia tradicional: confuso y contradictorio, ignorante de la sensibilidad humana, carente de sentido compasivo.

Desde esa primera frontera, fui creciendo en medio de una confusión entre lo que sentía y lo que percibía por fuera de mi sentir.

Desde ese estado se comenzaron a generar fronteras, límites con el afuera y el adentro.

Toda una gran confusión, toda una manera desagradable de vivir.

Entonces digo: “nadie me rompió”. Yo sola me quiebro cuando estoy entre esos dos espacios observando las fronteras entre el “solo yo” y el reconocimiento de un “nosotras, nosotros, nosotres”.

 Allí habito nepantla (1), entre esos bordes del tiempo psicológico del egoísmo y el de la compasión, dos mundos paralelos que, si no me doy cuenta, caigo en las peores conductas: el individualismo y la introspección que me encierra y desconecta del afuera.

Creo que esa frontera, ese borde, está siempre entre el espacio que quiero y otro, que es el espacio alienante de la existencia sin sentido. No hay división entre el afuera y el adentro: mi mundo interno y mi mirada están reflejadas en los espacios en los que habito íntegramente, no desde un sentir fragmentado.

Reconozco otras fronteras, producto del mundo en el que vivo: las desigualdades de género, las ideologías, las creencias, el modo en el que ejerzo la espiritualidad, el trabajo obligado. 

Cuando intento comprender el propósito de la existencia, suelen aparecer justificaciones, como la falta de tiempo y las obligaciones de la vida misma. Esas son las verdaderas fronteras entre las que voy saltando y sintiendo las contradicciones profundas por no poder ejercer mi propia búsqueda.

Esos distintos mundos con los que cohabito son los que me producen el sufrimiento que no puedo superar, salvo que haga un acto de atención profunda desde mi querer y sentir para poder salir de ese borde.

A veces siento una frontera inquebrantable, impenetrable: ese lugar donde las mujeres se pelean, se cancelan, se diferencian unas de otras por no luchar por las mismas violencias. Y entonces me digo: ¡es que hay tanto por qué luchar! ¡Una no puede con todo! Que si las blancas, que si las abolicionistas, que si las colonizadas, que si las afrodescendientes, que si las queer, que si las hetero-cis. Como si todas las diferencias que hay no nos unieran en una lucha única y constante. A eso le llamo falta de comprender la reciprocidad.

Hay otros lugares donde me encuentro en la frontera y es cuando siento que las ancestras me acompañan: madres, mujeres aladas y todas aquellas que en el transcurso de la historia fueron esclavizadas, quemadas, torturadas. Ellas me guían hacia ese lado de la frontera donde todo es posible, donde no hay temor, donde no hay solo “yo” sino un “somos”.

 

(1)nepantla:  Nepantla es el lugar donde mis códigos personales y culturales se chocan, donde me enfrento a lo que el mundo dicta, donde estos distintos mundos se fusionan en mi escritura. Soy consciente de varios nepantlas – lingüístico, geográfico, de género, sexual, histórico, cultural, político y social- cuando escribo. Nepantla es el punto de contacto y el lugar entre mundos, entre la existencia física e imaginal, entre las realidades ordinarias y no-ordinarias (espirituales). Gloria Anzaldúa. 

https://hekht.com.ar/gestos-del-cuerpo-escribiendo-para-idear/

 

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